Hace poco hablaba con un compañero de trabajo sobre el tall poppy syndrome en Nueva Zelanda, ese fenómeno donde la gente que sobresale —como las amapolas más altas— es “cortada” para que el campo se vea parejo. Es una actitud muy presente aquí, especialmente en el mundo creativo o entre quienes comparten su trabajo públicamente.
Cuando salí de México hace más de seis años, mi ideal era convertirme en nómada digital. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero quería viajar, crear y encontrar una forma de mantenerme en el camino. Una de las opciones era compartir mis experiencias y aprendizajes. En ese entonces se le decía “ser influencer”, aunque esa palabra siempre me ha incomodado por las connotaciones que tiene.
Lo cierto es que siempre he disfrutado crear contenido. En México tuve una agencia de modelaje y también fui modelo. En el Sudeste Asiático aprendí a tomarme fotos, a posar, a editar y a contar historias visuales. Poco a poco, la gente empezó a verme como una influencer —o al menos, como alguien que quería serlo.
Pero al llegar a Nueva Zelanda, esa parte de mí se sintió fuera de lugar. Empecé a notar juicios y cierta desaprobación hacia ese tipo de expresión. Una vez, en una reunión del trabajo, alguien dijo: “tú tómate la foto, a ti te gusta tomarte fotos”. Otra vez insinuaron que editaba mis fotos para cambiar mi cara. No eran comentarios agresivos, pero sí lo suficientemente cargados como para hacerme sentir observada. Es el estilo kiwi: indirecto, pero claro en su intención.
Y lo curioso es que Nueva Zelanda se presenta como un país donde puedes ser quien quieras: maquillarte o no, ser parte de la comunidad LGBTQ+, vestir como quieras, expresarte libremente… pero hay límites invisibles. Ser diferente está bien siempre y cuando tu diferencia no sea demasiado visible. Si eres reservado, humilde y sigues la corriente, encajas; pero si te muestras, si te promocionas o si celebras tus logros, te ven como egocéntrico o vanidoso.
Entiendo de dónde viene parte de ese rechazo. Es una respuesta a los excesos del capitalismo y la autopromoción estadounidense. Pero muchas veces, esa comparación constante con los extremos termina cegándolos. Nueva Zelanda se define mucho por contraste: “no somos como Estados Unidos” o “no somos como Australia”. Esa narrativa crea una especie de zona de confort moral —una forma de decir: “nosotros no somos tan malos como ellos, así que estamos bien”.
Lo veo mucho trabajando en el museo nacional. Existe una narrativa muy cuidada sobre la relación del país con los grupos indígenas, especialmente con los maoríes. Desde afuera, se percibe que Nueva Zelanda ha hecho un trabajo ejemplar comparado con Australia y los pueblos aborígenes, pero esa visión es, en gran parte, una versión idealizada. Es una historia cuidadosamente construida, más amable, que el resto del mundo acepta sin cuestionar demasiado.
(Nota: este tema da para mucho más, así que probablemente escriba otro blog sobre cómo se vive y comunica esa narrativa dentro de los espacios culturales y museos aquí.)
Todo esto lo he vivido personalmente, y me ha afectado más de lo que pensé. Pero también lo he visto afectar a otros, incluidos los mismos neozelandeses. Especialmente a los jóvenes que han crecido en un mundo digital y globalizado, donde las oportunidades y las formas de expresarse son cada vez más diversas. Muchos se sienten atrapados entre querer ser auténticos y temer ser juzgados. Esa tensión —sumada a la creciente falta de oportunidades y al costo de vida— es una de las razones por las que tantos jóvenes deciden emigrar.
Y eso me hace pensar: ¿qué nos está enseñando realmente el tall poppy syndrome?
Nos enseña a no sobresalir, pero también a no brillar. A no mostrar felicidad, entusiasmo o confianza. A no hablar de nuestros proyectos, progresos o logros. A mantenernos pequeños para no incomodar a nadie.
The audacity they have — they feel entitled to put people down, yet the very people they try to put down aren’t allowed to be confident, to do something with their lives, to show up for themselves and the world, to have passion projects, to present themselves authentically. Make that make sense.
La vida no se trata de encogerse para caber.
A veces no se trata de querer destacar, sino simplemente de poder ser visto —sin culpa, sin miedo, y sin tener que disculparte por crecer.

This post may contain affiliate links which means I may receive a commission should you choose to sign up for a program or make a purchase using my links. It’s ok, I will only recommend products that I have personally used or care for – I love all of these products, and you will too! Learn more on my Private Policy page.




